Washington y Riad sellaron un paquete de inversiones valorado en seiscientos mil millones de dólares que incluye un contrato de defensa de ciento cuarenta y dos mil millones, el mayor jamás firmado entre ambos países. Durante el anuncio, el príncipe heredero saudí mostró una abierta cordialidad hacia Donald Trump, elogiando su liderazgo y subrayando que la relación personal entre ambos mandatarios fue decisiva para destrabar las negociaciones. El acuerdo se enmarca en la estrategia del presidente Trump de descarrilar las aspiraciones geopolíticas del bloque BRICS, consolidando un vínculo preferente con la potencia energética que aún define el mercado petrolero mundial y alejándola de la órbita de Pekín y Moscú.
El pacto reposa sobre tres pilares: seguridad regional, cooperación energética y modernización tecnológica. Estados Unidos refuerza su posición como socio militar preferente de Arabia Saudí, mientras limita el margen de maniobra de Irán y, por extensión, reduce la influencia que Rusia y China ejercen sobre Teherán. Riad garantiza disuasión creíble y acceso a la defensa de última generación sin comprometer su autonomía diplomática, al tiempo que conserva el incentivo de mantener el comercio de hidrocarburos nominado en dólares y no en yuanes.
El componente militar abarca aviones de transporte C-130J, sistemas antimisiles THAAD y Patriot, drones MQ-9B e incluso la posible incorporación de cazas F-35. Esto reactiva la cartera de pedidos de la industria estadounidense y asegura empleo cualificado y liderazgo tecnológico durante la próxima década. Las cláusulas de coproducción selectiva integran a firmas saudíes como socios menores, reforzando la cadena de suministro norteamericana frente a competidores europeos y chinos.
Más allá de la defensa, el paquete canaliza capital saudí hacia energías avanzadas, centros de inteligencia artificial e infraestructuras críticas dentro de Estados Unidos, alineándose con la estrategia Vision 2030 de Riad. Para la economía estadounidense, significa inversión directa en sectores de alto valor añadido sin recurrir a endeudamiento público, una palanca de crecimiento que robustece la base manufacturera y la innovación doméstica.
La modernización saudí reordena el equilibrio del Golfo al ampliar la brecha tecnológica con Irán y Qatar y al enviar a Israel la señal de que la cooperación con Riad puede avanzar sin fricciones, configurando un frente antiraní de facto. Turquía observa con recelo la expansión del poder aéreo saudí, mientras Pekín asume que sus importaciones de crudo seguirán bajo la sombra del poder militar estadounidense.
Persisten riesgos: una eventual carrera armamentística regional, exigencias del Congreso norteamericano sobre derechos humanos que podrían retrasar las entregas y la dependencia saudí de repuestos y mantenimiento estadounidenses. No obstante, el acuerdo cristaliza una alianza que combina poder duro, capital productivo y convergencia estratégica: Washington refuerza su supremacía militar en el Golfo y atrae inversión que multiplica el empleo nacional, Riad obtiene un escudo defensivo y legitimidad internacional para su transición económica, y el proyecto BRICS enfrenta un obstáculo significativo al ver a la potencia petrolera del Golfo reafirmar su asociación con Estados Unidos y el dólar.
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