La pugna global por las tierras raras: Trump, Zelenski y la jugada de Putin
Las llamadas “tierras raras” se han convertido en un factor geopolítico de primer orden en la economía mundial del siglo XXI. Estos diecisiete elementos químicos son clave para la fabricación de dispositivos tecnológicos, equipos militares y energías renovables. Por ello, no es de extrañar que potencias como Estados Unidos, China y Rusia se disputen su control y acceso.
En este post analizaremos, desde un enfoque geopolítico, tres situaciones interconectadas:
Las tierras raras (lantánidos, escandio e itrio) son esenciales en la manufactura de productos de alta tecnología: baterías para vehículos eléctricos, turbinas eólicas, computadoras, teléfonos inteligentes, superconductores, sistemas de guía de misiles, satélites, etc. A pesar de no ser estrictamente “escasas” en términos de disponibilidad en la corteza terrestre, su extracción y procesamiento son complejos, costosos y ambientalmente delicados. Por ello, la cadena de suministro depende en gran medida de la inversión, la infraestructura y las políticas de cada país.
China posee una gran ventaja al controlar buena parte del procesamiento mundial de estos minerales; se calcula que refina alrededor del 80% de las tierras raras que se consumen globalmente. Esto otorga a Pekín un poderoso instrumento geopolítico, pudiendo aumentar o restringir exportaciones según sus intereses. Bajo este contexto, otras potencias buscan diversificar su abastecimiento y reducir su dependencia de China.
El presidente Donald Trump ha dejado claras sus intenciones de asegurar fuentes de suministro alternativo de tierras raras fuera de China. En este escenario, Ucrania se vuelve un país de interés:
Para la política exterior de Estados Unidos, asegurar un enclave de tierras raras en Ucrania, aunque sea modesto, permitiría añadir una fuente más a su cadena de suministro y disminuir la influencia china. Al mismo tiempo, sería una forma de afianzar la relación estratégica con Kiev.
Mientras tanto, Vladímir Putin observa la situación con un claro objetivo:
El trasfondo común es la competición global por la tecnología y la seguridad energética, donde las tierras raras son pieza clave. Ofrecerlas se convierte en moneda de cambio geopolítica.
China no solo tiene grandes reservas, sino que también domina la industria del refinado. Su posición casi monopólica le otorga un poder de negociación frente a EE. UU. y la Unión Europea. Históricamente, ha utilizado la amenaza de restringir exportaciones como un arma estratégica.
Bajo la administración de Donald Trump, se han impulsado planes para reactivar la minería local de tierras raras, diversificar proveedores y asegurar nuevas reservas en zonas con potencial minero (Australia, Canadá, Groenlandia, etc.). La idea es reducir la dependencia de China y fortalecer la industria de defensa.
Trump sorprendió al mundo cuando expresó abiertamente su interés en “comprar Groenlandia” a Dinamarca o, al menos, en establecer una presencia que facilitara la extracción de recursos. Groenlandia cuenta con reservas de tierras raras, uranio y otros minerales estratégicos. Controlar este territorio daría a Estados Unidos una ventaja competitiva y reforzaría su posición en el Ártico, región clave para el transporte marítimo y la exploración energética.
La rivalidad por las tierras raras ejemplifica la complejidad de la geopolítica moderna, donde se entrelazan intereses económicos, estratégicos y de seguridad nacional. Los movimientos del presidente Donald Trump (desde la presión a Zelenski hasta la aspiración de controlar Groenlandia) reflejan la búsqueda de Estados Unidos por reducir su dependencia de China y mantener su hegemonía económica y militar. Por su parte, la oferta de Putin con recursos en territorios ocupados en Ucrania apunta a ganarse favores políticos y legitimar su influencia en la región.
En este entorno, las tierras raras se consolidan como la “nueva frontera” de la competencia geoestratégica, equiparable en importancia al petróleo en el siglo XX. El futuro inmediato dependerá de cómo las potencias gestionen (o disputen) el acceso a estos recursos y de qué forma se configuren alianzas o conflictos en torno a su extracción y procesamiento.
Para quienes observamos y escribimos sobre la arena internacional, queda claro que los recursos minerales críticos —en especial las tierras raras— se convierten en eje central de la política global de las próximas décadas. Las tensiones entre Trump, Zelenski y Putin no son más que un reflejo de la puja de poder que subyace en el control de estos elementos indispensables para la era tecnológica.
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